HACIA EL SUR POR LA WEST COAST

Resiguiendo la costa oeste de la isla sur hacia el sur (valga la redundancia) es imposible que uno se aburra por el camino, el paisaje es a todas horas arrollador.

A nuestro paso por  Cape Foulwind paramos para ver una playa, una vez más, espectacular, virgen y desierta, Tauranga Bay. Y para recorrer un corto sendero que sale de allí mismo que nos condujo a un mirador desde el que vimos una colonia de focas, con un montón de bebés correteando y cantando por allí.

Observando a las focas jugando allí abajo

Tras largo rato de carretera nos dejamos caer por las Pancake Rocks, una zona de costa en la que las rocas están formadas como en láminas, recordando así a unas crêpes amontonadas. Parece ser que se suceden alternas las capas duras con las de orígen orgánico, sufriendo estas últimas más fuertemenete los efectos de la erosión y quedan siempre más hundidas que las otras. De ahí el efecto pastel de crêpes.

Además de que esta visita rompió el ritmo de carretera infinita que llevábamos ese día, nos gustó muchísimo; no sólo porque fuera guay, que lo es, y mucho. Ni porque viéramos un montón de delfines jugando a escasos 50 metros de la costa. Sino porque, señores y señoras: Es gratis!!! También es un recorrido de pasarelas y puentecitos que se hace muy rápido y que está muy bien cuidado.

Aquí no teníamos cámara de fotos por habernos quedado sin batería, cosa que en Nueva Zelanda nos pasó en varias ocasiones en algunos de los dispositivos electrónicos que llevabámos. Nunca nos quedamos sin algún recuerdo de cada lugar porque para eso tenemos móviles postmodernos con cámara de fotos, claro, pero es la parte "negativa" de viajar con la casa a cuestas y sin pagar camping. En este caso tiramos de móvil y de la SJCAM4000, o como preferimos llamarla nosotras, NO-PRO.

Después de estirar las piernas seguimos sumando kilómetros por una carretera que discurre incansablemente junto a una playa infinita. Una de las muchas carreteras imprescindibles del país, una gozada.

Ya esa misma tarde se puso a llover, estando nosotras en Greymouth (pueblo del que, ilusas, esperábamos algo más) y amanecimos con mucha más lluvia todavía. Habíamos dormido en un campsite gratuito a unos 25 km de nuestra ruta (otra vez regalando gasolina para no tener que pagar por dormir), que estaba súper poblado. Se notaba que era el único gratutito en muuuuchos kilómetros a la redonda.

Con ese tiempo no había mucho margen, así que carretera y kilómetros que nos llevaron hasta Hokitika, donde tuvimos que parar a poner gasolina y desayunar. Nos pasamos como dos horas en el restaurante, porque se estaba muy agustito, porque aprovechamos para hacer deberes y porque teníamos el portátil cargando jiji. Y también porque llovía endemoniadamente.

Pero justo cuando salimos del lugar, dejó de llover para dedicarse sólo a chispear, y nos dimos una vuelta por el pueblo que pasó a ser uno de nuestros favoritos en NZ (no es un gran título del que sentirse súper orgulloso, tengamos en cuenta que en general, los sitios habitados por humanos son muy, muy feos). Pero Hokitika, pese a no ser tampoco bonito, nos ganó por tener un encanto especial, y un ambiente que ciudades mucho más grandes bien pueden envidiar.

Cuando llegamos a la playa de Hokitika, encontramos algo que nos sorpendió. Y no, no era gente bañándose o tumbada al sol, eso habría sido demasiado impactante! (Además, hacía un día de mierda). Resulta que la playa se encuentra justo en la desembocadura del río Hokitika, que al menos en las condiciones en que lo vimos nosotras, bajaba muy caudaloso. Y suponemos que fruto de esa desembocadura, la playa del pueblo está llena, llenísima, de troncos y ramas de árbol de todos los tamanños imaginables y repartidas por doquier.

Y por lo que vimos, la gente de Hokitika sabe bien qué hacer con todo ese material.

 

Sería cerca de la una del mediodía cuando nos despedíamos de Hokitika, porque ya volvía a llover con fuerza y teníamos aún otro largo tramo de carretera por delante. Y justo antes de salir pasamos por un pequeño local de Fish&Chips que estaba hasta los topes. 

La pugna por las piezas de pescado fue muy dura!

Desde luego no teníamos intención de cocinar en la furgo, empapadas como íbamos, y lloviendo a bots i barrals. Y después de dos semanas en NZ era casi imperdonable no haber comido aún los susodichos trozos de pescado frito con patatas, que son toda una institución allí. 

Estaba claro que debíamos hacer una paradita técnica antes de seguir, y realmente fue un acierto, porque después la carretera se mete hacia el interior y no encontramos prácticamente más civilización hasta llegar al pequeño y caro pueblo de Franz Josef, a pies del glaciar homónimo.

Si pudimos ver el glaciar o no, con el día tan negro y el aguacero que estaba cayendo, lo desvelaremos en el próximo post.